10.15 de la noche. Jueves 11 de diciembre. Tengo un teléfono celular que me escupe los ecos de la apoteósica presentación de la reedición de “Cambio de Palabras”, de César Hildebrandt (editado por Tierra Nueva) en la Feria del Libro de Miraflores. Hago malabares con mis manos, porque voy detrás de una moto imitación de Harley Davison. Esta se menea temerariamente entre obstáculos en movimiento Súbitamente, frente a mi línea de mira, descubro un culo cobrizo, peruano, del color de piel que le gusta mucho al presidente Alan García, un culo caído que se mueve enfrente de los cientos de personas que avanzan a mi velocidad. El dueño del culo, con la cara tapada por su camiseta, es alentado por algunos de los que lo sujetan al techo del frágil motocarro en que se conduce.
Adelante, mi piloto, el Gordo Ángel, - trujillano asimilado al nuevo charapismo ciudadano – no mide las consecuencias de sus actos y se carcajea eufóricamente. La sacha Harley se mueve de-aquí/pa’-allá, mis piernas casi rozan la carnicera rueda de un chibolo con lentes oscuros y risa pastrula. Alrededor, motocarros sin cubierta, motocicletas con el tubo de escape en reparación inconclusa, carros chocones, camionetas promiscuas, buses de servicio público fuera de ruta empiezan a congestionar la calle Huallaga. Desde la Plaza 28 de Julio, una inmensa, interminable caravana ha invadido las angostas aceras del centro de Iquitos, con un aún más compacta multitud de 120 cuadras, ciudadanos de todos los colores, olores y texturas, con ropa, sin ropa, con calzoncillos Stripper, con calzoncitos Hello Kitty, con brassieres blanco/percudido, con gritos destemplados, con colgajos como miembros viriles a la vista y paciencia de las espantadas (pero divertidas) señoras de barrio decente, todos, absolutamente todos, van armando una procesión chillona, luminosa, carnavalera que ha hecho colapsar las entradas que dirigen hacia la Plaza 28 de Julio. Nunca he visto una caravana tan larga, que une dos arterias como en una U. Las banderolas ondean, los cláxones descargan su furia y la muchedumbre ha salido a las puertas de sus casas/negocios/centroslaborales y tiene la mirada fija en este peculiar pero extraordinario desfile. La insignia del glorioso Colegio Nacional de Iquitos se luce hasta el hartazgo, la gente corea lemas mientras el vacilón de la noche es encontrar amigos y conocidos que han enloquecido momentáneamente.
La madre de todas las caravanas avanza lentamente a través de la calle Samanez Ocampo. En una de las camionetas, el Alcalde Salomón Abensur expresa su emoción (pobre Rafael, esta noche no habrá Plan Zanahoria). Gargantas enronquecidas se dan maña para continuar su gozosa letanía. Una joven se ha sacado el polo y ya muestra el ombligo danzarín con las siglas del triunfo pintadas en plumón. Un joven que parece jovencita se ha contagiado de la magia del fútbol y reparte saludos a diestra y siniestra desde su vehículo, repleto de jovencitos que se creen jovencitas, mientras porta en la mano de uñas pintadas una enorme banderola alba. Hace algunos minutos, nomás, en el estadio Monumental de Ate, el equipo local, el CNI le ha arrebatado un empate al poderoso conjunto de Talara, el Atlético Torino, culminando su participación en la Copa Perú con el resultado concreto: retorno inminente a la Profesional.
“Sí, sí sí, arriba CNI…”, aplaude desde su balcón un señor de venerables canas, mientras recuerda seguramente tiempos mejores.
Me encuentro en el corazón del júbilo iquiteño. En muy pocas horas se irían a generar pequeñas caravanas repletos de muchachos conchudos cuyo vacilón sería transitar por las calles en sentido contrario al establecido, ante la pasividad y el jolgorio de los agentes de Serenazgo y la Policía Nacional del Perú.
9.55 de la noche. Jueves 11 de diciembre. En los asientos, no existe nadie. Todos miran el televisor, como si miraran la pantalla gigante colocada frente a radio La Karibeña, como si fuera la pantalla gigante colocada dentro del Complejo. Todos estamos parados, todos somos devotos, todos somos los más grandes hinchas que ha tenido ese equipito de casaquillas albas a quien le vivamos con extrema fe. En las calles, solo las grandes concentraciones colectivas viven. Dentro de las casas/negocios/centroslaborales todo es drama. El equipo angustiosamente empata con esos talareños enormes y oscuros. El mundo es un pañuelo y se han derramado todas las lisuras posibles. No se ha respetado ni a la respetable edad de las señoras presentes, ni a la respetable edad de los caballeros invitados, ni a la presencia de la única señorita que, luego de mucho tiempo, ha seguido noventa minutos de partido. El porterito Pinedo, una vez más, acaba de cagarla. No obstante haber tenido un faetón en el primer tiempo, otra vez su inexperiencia le ha jugado una mala pasada. Torino acaba de empatar el marcador y el guardavallas se ha trenzado en una gresca infantil con el anotador. El árbitro se percata y los expulsa inmediatamente, a ambos. De nosotros dos, tú pierdes más que yo. Adjetivos de grueso calibre caen sobre él desde la tribuna. En los hogares loretanos la sensación es de desaliento. El pueblo se siente desolado mientras escucha por la radio en los paraderos de Puerto Masusa. ¿Y ahora Iván? ¿Y ahora Sanguinetti? Machuca hace lo único posible que puede: sacrifica a Luna e ingresa a un chico llamado Utia. Sammy Utia. Medio estadio enmudece. Un jovencito chiquito, trigueño, en apariencia nervioso, en apariencia inexperto. Ataque de Torino, embestida contra el área chica del equipo de todos, disparo hacia el arco. Aparece Utia, conjurando con sorprendente seguridad, guapeando al delantero rival, metiéndole una vez más a la escuadra esos huevos que se necesitan en situaciones importantes. “Ese es mi cholo, yo confío en ti”. Utia es el nuevo motor actitudinal, nuevamente la Pulga Barrena empieza a jugar como nunca, dribleando a los rojos, haciendo quiebres, jugando en pared, yéndose más adentro, entrando peligrosamente, por favor, eso, vamos, el arco en diagonal, cuarenta, treinta y cinco metros, patea Chato, dispara hacia el ángulo, carajo, pummmm, goooooooollllllll…noooooooooooo…¡¡¡ptm!!!…palo, ¡¡¡csm!!! Iba a ser un golazo. Y otra vez Valenzuela, sacando fuerzas de no sé dónde, a pesar de sus kilos demás, a pesar de la edad que ya pasa factura, embate como si fuera la primera vez, y una vez más, Masato Celis, más pundonor que técnica, más emoción que genio, más corazón que razón, se lanza como el último guerrero yagua, como el indómito campa que prefiriendo morir legó a su raza la gran herencia de este balón. Y una vez más la amenaza roja arrecia y se acerca, y hay un pata que se desmarca de todos y lanza un zapatazo, noooo, ajusta, pesadilla en tiempo real, uyyy…Pero, nada. Ahí está Utia, convertido ya en gigante, lanzándose en atajada tigrilla, a dos manos, sin soltar la pelota. Faltan minutos, vamos, hay que campeonar, hay que lograr el objetivo, todos atrás, todos adelante, la gente pide hora, la gente ve que se acabó el tiempo reglamentario. 4 minutos más de suplemento. No, no, no…¡¡¡hoooraaaa!!!! Nadie está sentado. Una región entera contiene la respiración, los jugadores y el cuerpo técnico en el banco también. Estamos a punto. Se va a acabar, se va a acabar. Se acabó.
Ahora, era tiempo de inundación en las calles de Iquitos.
Mediodía. Sábado 13 de diciembre. Una enorme camioneta sin tolva, sin muchos adornos, se mueve al centro de una muchedumbre de vehículos y gente que ha salido, una vez más, a las calles, a recibir a los nuevos hijos predilectos. 50 mil personas los miran, los saludan, les dan la bienvenida y se muestran efusivos. Tres horas después de que el avión que los trasladase de Lima con el subcampeonato de la Copa Perú y el ascenso a la primera división del fútbol profesional peruano, luego de 16 años de ausencia, la gran caravana llega recién a la Plaza 28 de Julio, donde se ha programado la ceremonia de homenaje al CNI. Banderolas, gritos, transmisiones en vivo y en directo desde el lugar de los hechos. Mujeres y hombres de todas las edades, gritando agradecidos la ilusión renovada, luego de tantos años de traspiés y desafectos.
“Y ya lo ve, y ya lo ve, somos Primera otra vez” Es el grito de guerra de la muchedumbre en la Plaza 28. Ahora, un largo camino nos espera en Primera. El tiempo del festejo ha cesado. Es hora de empezar otra vez.
(Publicado originalmente en Diario Pro&Contra el 14 de diciembre del 2008)
Adelante, mi piloto, el Gordo Ángel, - trujillano asimilado al nuevo charapismo ciudadano – no mide las consecuencias de sus actos y se carcajea eufóricamente. La sacha Harley se mueve de-aquí/pa’-allá, mis piernas casi rozan la carnicera rueda de un chibolo con lentes oscuros y risa pastrula. Alrededor, motocarros sin cubierta, motocicletas con el tubo de escape en reparación inconclusa, carros chocones, camionetas promiscuas, buses de servicio público fuera de ruta empiezan a congestionar la calle Huallaga. Desde la Plaza 28 de Julio, una inmensa, interminable caravana ha invadido las angostas aceras del centro de Iquitos, con un aún más compacta multitud de 120 cuadras, ciudadanos de todos los colores, olores y texturas, con ropa, sin ropa, con calzoncillos Stripper, con calzoncitos Hello Kitty, con brassieres blanco/percudido, con gritos destemplados, con colgajos como miembros viriles a la vista y paciencia de las espantadas (pero divertidas) señoras de barrio decente, todos, absolutamente todos, van armando una procesión chillona, luminosa, carnavalera que ha hecho colapsar las entradas que dirigen hacia la Plaza 28 de Julio. Nunca he visto una caravana tan larga, que une dos arterias como en una U. Las banderolas ondean, los cláxones descargan su furia y la muchedumbre ha salido a las puertas de sus casas/negocios/centroslaborales y tiene la mirada fija en este peculiar pero extraordinario desfile. La insignia del glorioso Colegio Nacional de Iquitos se luce hasta el hartazgo, la gente corea lemas mientras el vacilón de la noche es encontrar amigos y conocidos que han enloquecido momentáneamente.
La madre de todas las caravanas avanza lentamente a través de la calle Samanez Ocampo. En una de las camionetas, el Alcalde Salomón Abensur expresa su emoción (pobre Rafael, esta noche no habrá Plan Zanahoria). Gargantas enronquecidas se dan maña para continuar su gozosa letanía. Una joven se ha sacado el polo y ya muestra el ombligo danzarín con las siglas del triunfo pintadas en plumón. Un joven que parece jovencita se ha contagiado de la magia del fútbol y reparte saludos a diestra y siniestra desde su vehículo, repleto de jovencitos que se creen jovencitas, mientras porta en la mano de uñas pintadas una enorme banderola alba. Hace algunos minutos, nomás, en el estadio Monumental de Ate, el equipo local, el CNI le ha arrebatado un empate al poderoso conjunto de Talara, el Atlético Torino, culminando su participación en la Copa Perú con el resultado concreto: retorno inminente a la Profesional.
“Sí, sí sí, arriba CNI…”, aplaude desde su balcón un señor de venerables canas, mientras recuerda seguramente tiempos mejores.
Me encuentro en el corazón del júbilo iquiteño. En muy pocas horas se irían a generar pequeñas caravanas repletos de muchachos conchudos cuyo vacilón sería transitar por las calles en sentido contrario al establecido, ante la pasividad y el jolgorio de los agentes de Serenazgo y la Policía Nacional del Perú.
9.55 de la noche. Jueves 11 de diciembre. En los asientos, no existe nadie. Todos miran el televisor, como si miraran la pantalla gigante colocada frente a radio La Karibeña, como si fuera la pantalla gigante colocada dentro del Complejo. Todos estamos parados, todos somos devotos, todos somos los más grandes hinchas que ha tenido ese equipito de casaquillas albas a quien le vivamos con extrema fe. En las calles, solo las grandes concentraciones colectivas viven. Dentro de las casas/negocios/centroslaborales todo es drama. El equipo angustiosamente empata con esos talareños enormes y oscuros. El mundo es un pañuelo y se han derramado todas las lisuras posibles. No se ha respetado ni a la respetable edad de las señoras presentes, ni a la respetable edad de los caballeros invitados, ni a la presencia de la única señorita que, luego de mucho tiempo, ha seguido noventa minutos de partido. El porterito Pinedo, una vez más, acaba de cagarla. No obstante haber tenido un faetón en el primer tiempo, otra vez su inexperiencia le ha jugado una mala pasada. Torino acaba de empatar el marcador y el guardavallas se ha trenzado en una gresca infantil con el anotador. El árbitro se percata y los expulsa inmediatamente, a ambos. De nosotros dos, tú pierdes más que yo. Adjetivos de grueso calibre caen sobre él desde la tribuna. En los hogares loretanos la sensación es de desaliento. El pueblo se siente desolado mientras escucha por la radio en los paraderos de Puerto Masusa. ¿Y ahora Iván? ¿Y ahora Sanguinetti? Machuca hace lo único posible que puede: sacrifica a Luna e ingresa a un chico llamado Utia. Sammy Utia. Medio estadio enmudece. Un jovencito chiquito, trigueño, en apariencia nervioso, en apariencia inexperto. Ataque de Torino, embestida contra el área chica del equipo de todos, disparo hacia el arco. Aparece Utia, conjurando con sorprendente seguridad, guapeando al delantero rival, metiéndole una vez más a la escuadra esos huevos que se necesitan en situaciones importantes. “Ese es mi cholo, yo confío en ti”. Utia es el nuevo motor actitudinal, nuevamente la Pulga Barrena empieza a jugar como nunca, dribleando a los rojos, haciendo quiebres, jugando en pared, yéndose más adentro, entrando peligrosamente, por favor, eso, vamos, el arco en diagonal, cuarenta, treinta y cinco metros, patea Chato, dispara hacia el ángulo, carajo, pummmm, goooooooollllllll…noooooooooooo…¡¡¡ptm!!!…palo, ¡¡¡csm!!! Iba a ser un golazo. Y otra vez Valenzuela, sacando fuerzas de no sé dónde, a pesar de sus kilos demás, a pesar de la edad que ya pasa factura, embate como si fuera la primera vez, y una vez más, Masato Celis, más pundonor que técnica, más emoción que genio, más corazón que razón, se lanza como el último guerrero yagua, como el indómito campa que prefiriendo morir legó a su raza la gran herencia de este balón. Y una vez más la amenaza roja arrecia y se acerca, y hay un pata que se desmarca de todos y lanza un zapatazo, noooo, ajusta, pesadilla en tiempo real, uyyy…Pero, nada. Ahí está Utia, convertido ya en gigante, lanzándose en atajada tigrilla, a dos manos, sin soltar la pelota. Faltan minutos, vamos, hay que campeonar, hay que lograr el objetivo, todos atrás, todos adelante, la gente pide hora, la gente ve que se acabó el tiempo reglamentario. 4 minutos más de suplemento. No, no, no…¡¡¡hoooraaaa!!!! Nadie está sentado. Una región entera contiene la respiración, los jugadores y el cuerpo técnico en el banco también. Estamos a punto. Se va a acabar, se va a acabar. Se acabó.
Ahora, era tiempo de inundación en las calles de Iquitos.
Mediodía. Sábado 13 de diciembre. Una enorme camioneta sin tolva, sin muchos adornos, se mueve al centro de una muchedumbre de vehículos y gente que ha salido, una vez más, a las calles, a recibir a los nuevos hijos predilectos. 50 mil personas los miran, los saludan, les dan la bienvenida y se muestran efusivos. Tres horas después de que el avión que los trasladase de Lima con el subcampeonato de la Copa Perú y el ascenso a la primera división del fútbol profesional peruano, luego de 16 años de ausencia, la gran caravana llega recién a la Plaza 28 de Julio, donde se ha programado la ceremonia de homenaje al CNI. Banderolas, gritos, transmisiones en vivo y en directo desde el lugar de los hechos. Mujeres y hombres de todas las edades, gritando agradecidos la ilusión renovada, luego de tantos años de traspiés y desafectos.
“Y ya lo ve, y ya lo ve, somos Primera otra vez” Es el grito de guerra de la muchedumbre en la Plaza 28. Ahora, un largo camino nos espera en Primera. El tiempo del festejo ha cesado. Es hora de empezar otra vez.
(Publicado originalmente en Diario Pro&Contra el 14 de diciembre del 2008)
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