06 marzo 2009

Nochemala


La semana del terror y la indignación empieza el miércoles a las 8 de la noche, en una calle cercana a la plaza Serafín Filomeno, en pleno centro de Iquitos. La motocicleta no tiene placa de rodaje (hecho que ya no causa mayor sorpresa en los transeúntes de estos tiempos). En las aceras, la gente canta despreocupadamente sus gestas navideñas con sonrisa fácil y alegre despreocupación provinciana. El copiloto detecta a esta divertida adolescente de mirada fresca y ropas ligeras, que le sonríe a un interlocutor desconocido pero igual de entretenido. Ella lleva un teléfono celular de última generación, que blande en una de sus manos como si fuera una espada láser de Star Wars. El copiloto ya ha detectado su presa. El piloto, por instinto, sabe muy bien lo que debe hacer. Acelera levemente la velocidad. Se detiene en medio de la transitada arteria. El copiloto baja, se acerca a la jovencita, casi la susurra por la espalda, ella no se percata de que el hombre que le roza el cuello no es ningún amigo, conocido, no es parte de ninguna equivocación. El copiloto rápidamente ha arrojado sus brazos hacia el cotizado objeto y le arrancha a la niña, que experimenta una súbita sensación de vacío. Se desconcierta. Trata de voltear. Su amigo levanta mucho las cejas y mira seguramente en los ojos al copiloto. Este ha dado un salto acrobático hacia la motocicleta rugiente. El piloto empieza a destilar adrenalina y sale disparado, con su copiloto, el celular y sin ningún policía que se dé cuenta del acto de violencia.

Kung Fu Panda entra desesperado hacia el salón donde el Editor Zombie, el Cineasta y yo nos encontramos. “Han robado en la cuadra” nos indica, mientras narra atropelladamente los pormenores de lo que acaba de ver. Nos desconcertamos, porque usualmente esta era una zona tranquila. Aunque ya no tanto. Editor Zombie, con la rabia que en él brota de modo natural, indica que hace meses, quizás años, los alrededores de la universidad nacional se han convertido en territorio de maleantes, fumones, vendedores de droga, putas desvergonzadas que tiran al amparo de cualquier sombra, vagos que usan las aceras como tablero de timba y, sobre todo, ladronzuelos que acechan y acosan a los vecinos. El Serenazgo es una unidad sin ninguna autoridad, la policía es un anexo de la ausencia y los intentos de asalto se multiplican, solo a cuatro cuadras de la Plaza de Armas. El Editor Zombie plantea soluciones radicales: o los sacamos de aquí o pronto tomarán por asalto nuestras casas.


Seguimos conversando mientras un par de jarras de chicha morada se secan inmediatamente en una de las mesas externas del restaurante El Asador. Es más de la medianoche del jueves. Recuerdo que antes podíamos caminar tranquilos, sin ningún problema por estas calles, y ahora hay que zigzaguear entre inmundicia, lumpen y desadaptados, le confieso al Cineasta. En los distritos es mucho peor, me replica, los niveles de delincuencia han crecido astronómicamente. Recuerdo que viví hace un par de años en Punchana y la vida aún no era tan jodida como me explica, con detalles, Kung Fu Panda:

- El otro día ha salido la noticia de que un grupo de rateros que iban en motocarros cerraron el paso a un pata que iba solo en su motito y le intentaron robar. En medio de la persecución, uno de los malditos logró alcanzarlo y en pleno movimiento le dio un planchazo que lo desestabilizó y le hizo caer. El pata cayó de cabeza, sobre el filo de una canaleta y quedó privado. Ahí mismo se murió. Eso no fue todo. Esa vaina de esa feria ambulante que han puesto en la Próspero es una pendejada, porque todos los choros se concentran en hacer sus robos. Cada día hay más asaltos, incluso el otro día ha salido en la radio que a una señora que iba en un motocarro se le subieron un par y le estropearon hasta quitarle todas sus canastas. El motocarrista parecía coludido. Ni decir de los robos de motos y de casas que han subido como mierda. El otro día descubrí un fumón que estaba entrando a mi casa y ya estaba a punto de llevarse cosas. El Serenazgo estaba en la esquina y dice que ni siquiera se dio cuenta. Tuvimos que agarrarlo entre mi viejo y yo y sacarle el ancho porque esos huevones no iban a hacer nada. A lo mejor hasta sus campanas son…

Ahí están los resultados del famosito Plan Zanahoria, me digo mentalmente: la ciudad, mas insegura y desguarnecida que nunca. Fracaso total y absoluto. “Cuida tu sacha Harley”, le dice Editor Zombie a Kung Fu Panda. Vamos los cuatro en un par de motos. Damos una vuelta por la calle que une hacia la Plaza Serafín Filomeno. Son más de la una de la mañana. De pronto, Kung Fu Panda grita, instintivamente “rateros”. A unos cincuenta metros de distancia, cinco malandrines, todos decididamente jóvenes, avezados, menores de edad, están atacando a una niñita de unos once años y a su abuelita, vecinos del lugar, que regresan de la fiesta de promoción de primaria. La niña llora y se lamenta. Ha perdido sus zapatos y una cámara digital con los recuerdos de una velada histórica para su vida. Los ladrones aceleran ante el descubrimiento de la fechoría. El conductor del motocarro hace una maniobra temeraria y escapa raudamente. Pero quedan varados dos. El Cineasta cierra el paso a uno. Kung Fu Panda le mete las ruedas al siguiente. El vecindario súbitamente se ha despertado. Han aparecido algunos vendedores de la zona, los repartidores de alguna pollería, los vigilantes particulares, las amas de casa. En el acto, llegan los padres desesperados de la niñita. Empiezan a golpear a los ladrones. El padre, severamente molesto, increpa a gritos al chibolo ladrón, que niega cínicamente los hechos. No hay la cámara. Pero hay un par de miserables que la gente reclama. Uno de los presentes mete golpe a diestra y siniestra, la madre de la niña, que llora histéricamente, mete cachetadas a uno de los ladronzuelos. Kung Fu Panda mete candela, el vecindario mete candela. El ambiente está muy caldeado. El Cineasta mira y trata de ayudar. El Editor Zombie busca entre los arbustos la cámara.

Pero tienen que llegar los señores policías. Lo primero que indican es “no le toque, señor, usted puede terminar denunciado”. Bravo, gran demostración de autoridad. Los buenos para nada se prestan para darles coartada a los choros, pero el gentío que se ha aglomerado se impacienta y cree que los uniformados liberarán a los culpables. Por ahí cae una nueva patada, otro golpe, uno de los chiquillos empieza a sangrar y a seguir clamando inocencia. La Policía, y un par de serenos que están por ahí se convencen que es mejor solucionar esto en la Comisaría. Los vecinos vuelven a sus casas, pero dudo que conciban el sueño rápidamente.

El motocarro perdido, donde probablemente huyeron los ladrones es un tema que nos preocupa mientras vamos por las calles. Son más de las dos de la mañana. Andamos algo divertidos, porque eso de contribuir a que los malos no ganen siempre, o no se salgan siempre con la suya es motivo de orgullo en cualquier circunstancia. Pasamos por Punchana. Conducimos a través de la avenida 28 de Julio, pasamos por los bares destartalados de la zona. El Cineasta nos cuenta sus anécdotas con casos similares en momentos antiguos. De pronto, a la altura del Hospital Regional, en medio de la chacota, me doy cuenta sonidos inusuales de ruedas. Percibo luces que se hacen más intensas. Cuatro motocarros, con aproximadamente cuatro chibolos, cada uno nos quieren embestir. Kung Fu Panda y el Cineasta instintivamente se abren. Los motocarristas pasan a toda velocidad, cagándose de risa, gritando insultos. Volteamos a través de la calle Trujillo, pensamos en qué cosa pasó. De pronto, nuevamente, la turba. Ahora son seis motocarros, nos persiguen. Ya no hay modo de dispersarlos. Tratan de chocarnos, tratan de hacernos caer. Corremos aún más. En la esquina de Trujillo con Freyre nos espera un motocarro que viene embalado contra nosotros. Kung Fu Panda hace un quiebre salvaje, yo casi caigo, pero me recupero y me agarro contra los fierros. El Cineasta se mueve. Veo que uno de los malandros saca la pierna y casi roza al Editor Zombie. Salimos ilesos, abandonamos Punchana. Los motocarros se pierden. “Se han pasado la voz, nos están buscando”. No podemos dormir. La afrenta es demasiado intensa como para dejarla pasar tranquilamente.

Al día siguiente, viernes, veo en el periódico: “Sueltan a menores ladrones que roban en motocarros por Punchana”. Me doy cuenta que son los mismos que nos atacaron, que atacaron a la niña de la cámara. Libres, los mismos, por obra y gracia de quienes en teoría deberían protegernos. Ahora, de noche se escuchan gritos. Hay gente que tiene miedo. Hay locos que corren desesperados por el centro. La prostitución domina la Plaza de Armas. Se escuchan rastrillos de pistolas. Se escuchan disparos. Las luces de las casas demoran mucho más en apagarse. Algunos han vuelto a buscar sus armas de defensa personal. Más de uno empieza a creer, ante la dejadez, la corrupción y la estupidez de las autoridades de que habrá que hacer justicia por mano propia, convertirse, aunque no se quiera y no corresponda, en informales y amateurs protectores de nuestra tranquilidad nocturna.

¿No puedes dormir? ¿Tú? Tampoco… Kung Fu Panda, Editor Zombie, Cineasta y yo nos encontramos en el sitio acordado. 3.45 de la mañana del domingo. Salimos a patrullar la ciudad, con caras adustas, con cejas arqueadas, con rostros duros. Alguna gente se ha unido. Pocos hablan. Casi nadie tiene razones para sonreír. Bienvenidos a Iquitos, vísperas de Nochebuena 2008.

(Publicado originalmente en Pro& Contra el 21 de diciembre del 2008)

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